viernes, 7 de noviembre de 2008

De Manuel Hernández Muro


Hacia 1960, la descalcificación comenzó a hacer algunos estragos en mi Madre, ella había tenido una caída de caballo en su adolescencia y a ello culpaba que la cabeza del fémur se saliera de su lugar, yo recuerdo acompañarla al mercado y en una ocasión de regreso, se paró intempestivamente, se recargó a la pared y cuando la ví, estaba pálida y un gesto de dolor en su rostro, cuando le pregunté que le pasaba simplemente dijo que nada, que ya le pasaría. Este tipo de accidentes le acontecieron mas seguido y la cabeza del fémur se fue gastando, mi Madre era poco dada a quejarse, y cuando lo hacía era porque el dolor le resultaba definitivamente insoportable, y al llegar a estos niveles fueron a ver médicos, los primeros sólo le daban analgésicos hasta que llegaron con el especialista que ordenó placas y estudios, para concluir que el problema no tenía solución y su diagnóstico era que en poco tiempo estaría confinada a una silla de ruedas.
Mi Madre contaba que aquello había sido como la peor de las sentencias, como si el mundo se derrumbara de un solo golpe y le platicó a su hermana, mi tía Chole, que siempre fue persona de determinación y que nunca se quedaba con un no como primera respuesta. Conminó a mi madre a seguir buscando otras opiniones y buscando en los mejores del país dieron con un especialista del que se hablaban maravillas en la ciudad de México y allá van; el médico en efecto confirmó el diagnóstico del ortopedista potosino pero dejó ver una luz, se comenzaban a hacer unas operaciones injertando partes de hueso cadavérico y había la posibilidad de reemplazar de este modo la cabeza del fémur, pero aquel médico nunca había realizado una intervención así y tenía que consultarlo con su maestro —¿y quien es su maestro?— le preguntó mi tía —El Dr. Manuel Hernández Muro— preguntó mi tía que donde lo encontraban y el medico le dijo que en San Luis Potosí.
Así llegaron al consultorio del Dr. Hdz. Muro quien después de ver placas y demás estudios le dijo que era candidata para un injerto de hueso, pero había otro problema, mis padres no tenían recursos para financiar la operación y antes de saber cuanto costaría mi tía intervino —Mire doctor— le dijo —suponemos que sus servicios deben ser muy caros y mi hermana no tiene recursos para pagar, su esposo es oficinista ferrocarrilero y viven al día— El doctor no dudó mucho y le preguntó si tenía servicio médico en la clínica del ferrocarril, lo cual era afirmativo —Mire, conozco el quirófano de ese hospital, pero no tienen el equipo que yo necesito, que les parece si ustedes pagan el flete de mi equipo y yo la opero allá— así se hizo, la operación duró ocho horas y mi madre tenía que estar enyesada durante seis meses y todo ese tiempo el Dr. Hernández Muro la atendió sin haber cobrado mas que la mudanza de su equipo.
¡¿Como agradecerle ese gesto de bondad?!

2 comentarios:

Respetable Logia Simbolica Mariano Arista dijo...

El del fondo, Emeterio López Alonso, primo hermano de mi padre, Dr. Jorge Hernández Alonso. Un abrazo fraterno. Israel Hernández.

Respetable Logia Simbolica Mariano Arista dijo...
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